Gentileza de Chetan Parek

Desde el anuncio de la reunión de la formación original de Guns N Roses (o al menos el 66% de ella), las expectativas generadas en fans de todo el mundo no tardaron en dispararse a niveles estratosféricos. No era para menos, aquella parte de la historia que culminó luego de la gira «Skin and Bones» en 1993 marcó un final demasiado anticipado para un grupo que merecía otro giro. O al menos, un nuevo capítulo.

Luego de una interminable serie de situaciones con expulsión de integrantes, disputas legales, agrupaciones nuevas y un disco que tardó mucho más de lo debido, llegó el momento para que las dos figuras más emblemáticas de la banda pongan fin al distanciamiento y se junten para hacer eso que precisamente les abrió el camino a todo lo que llegó después.

Y por segunda vez en menos de un año, el grupo nacido de Hollywood llegó al Estadio Único de La Plata para un recital, nada más y nada menos que con los inmensos The Who.

Tal y como ocurriera en nuestro país en el 2014, la lluvia fue una invitada inesperada a la velada, pero no impidió que el grupo saliera, con apenas minutos de demora, como una aplanadora y encienda la mecha con los ya clásicos «It’s So Easy» y «Mr. Brownstone».

Axl está, como ya lo había demostrado, en muy buena forma. Si bien su voz ya no es la misma de hace algunos años y a ratos parece quebrarse, todavía estremece con eso de

«you’re in the jungle baby, you’re gonna die»

… y sale victoriosa luego de las más de tres horas de show. Además, se muestra de muy buen humor con la gente, cosa que antes era impensable.

Pero si la labor del vocalista lleva buena nota, lo de Slash es sobresaliente. Prácticamente cada tema lleva un arreglo de introducción diferente y sus solos suenan a gloria, especialmente con «Estranged», «November Rain» y, por supuesto, «Sweet Child O’mine». Además, ya ni se nota que fue otro el dueño de las cuerdas en «Chinese Democracy» o «Better».

Todos los aplausos para él, que también da lugar al lucimiento de Richard Fortus, quien demostró que su espacio no está ocupado sólo por tener un parecido físico a Izzy Stradlin. Su trabajo es más que sólido, con gran destaque en «Nightrain» y esa sentida versión instrumental de «Wish you Were Here» de Pink Floyd.

Y ya se sabe que Duff es un capo en el bajo. Su labor es sólida, tanto en las cuatro cuerdas como en voces y coro. Hasta se lo vio bromista con sus demás compañeros.

El resto de los Gunners se encuentra en estado de gracia. Ferrer en la batería se atreve a modificar y darle su propio toque a ya tantos clásicos conocidos, siendo con Duff un sólido cimiento sonoro para los demás. Dizzy Reed no falla en sus momentos, especialmente durante esa intro de «Black Hole Sun» el excelente homenaje del grupo al fallecido Chris Cornell.

Y entre covers (Whole Lotta Rosie y Johnny B. Good) y los infaltables hitazos, las sorpresas se dan con las impresionantes versiones de «Coma» y «Yesterdays».

Y como ya es costumbre «Paradise City» pone punto final a las más de tres horas de un show casi impecable, que tuvo como único contratiempo a un sonido que por momentos llegaba a aturdir (lástima por ese «Double Talkin’ Jive).

Si la visita se repite, la cita es obligatoria; aún sin disco nuevo y sabiendo todas las canciones de memoria, basta y sobra con saber que la química no se ha perdido. Aquellos forajidos que se comieron al mundo con el disco debut más vendido de la historia mantienen bastante ese ímpetu de lo que han sido siempre: una verdadera banda de rock.

 

Fotos: Gentileza de Chetan Parek